Quienes se sitúan en las puertas tienen el poder: el de dejarnos pasar o el de prohibirnos la entrada. Son la llave a nuevos mundos, a nuevos territorios. Siembre debajo del dintel, vigilando lo invisible y escuchando lo importante. También hay los que se sitúan detrás de ellas, los que limpian sus cristales y no pierden detalle.
Pasan desapercibidos pero, sin ellos, las puertas no se abrirían, no entraríamos ni saliríamos. Evitan peleas y, si es tarde, las resuelven. Tienen el poder de hacerlo. Y el poder, a veces, corrompe. Los hay irrespetuosos e irreverentes, e incluso aquellos que se creen con licencia para matar. Pero el tiempo pone a cada uno en su sitio.
Son policías locales, porteros de discotecas y bares y vigilantes de seguridad en las tiendas. Velan por nuestra seguridad, llevan llaveros invisibles y hablan un lenguaje mudo. En Gran Vía suman casi 100. y vigilan a millones de personas cada día. A todos ellos les agradecemos su labor y les dirigmos nuestro particular elogio.
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